lunes, 10 de junio de 2013

Experiencia

Este fin de semana he estado con mi hermano en los Pirineos. Ha ido a remar en piragua un río y mi hermana y yo hemos ido a visitarlo (ya que vive un poco lejos de nosotros y los astros han coincidido dándonos esta oportunidad).

Hubo un tiempo en el que yo también iba con él, hace unos años, antes de que me operasen del hombro. Aunque él ha sido más de río y yo de olas, coincidíamos durante el año realizando la actividad.

Ésta vez yo he estado en la orilla, vestido de calle y con una cámara en mano. Como aquellos que nos acompañaban a los que entrábamos al agua.

He tenido ganas de volver a remar. Y volver a tener la mente que tenía entonces y trasladar aquello a mi vida cotidiana.

Los piragüistas se estaban preparando para el primer tramo del río que iban a bajar, uno que yo baje en aquellos días (aunque en aquel momento estaba más fácil que hoy).

Estaba en la orilla reviviendo aquellas sensaciones: el llevar el material al comienzo oliendo ya la humedad del río, sintiendo como la hierba mojada te iba humedeciendo el pie, los nervios que te hacían ser un poquito más descuidado con algunas piedras que pisabas, la sequedad de la boca (por mucho que bebieras o por mucho que lloviese)…

He mirado al río y me he fijado en la línea que había que seguir con el kayak. No la encontraba. Me he quedado de piedra. ¡Se me ha olvidado leer el río! No me lo podía creer. No veía nada claro. No era capaz de distinguir aquello que antes hacía sin darme cuenta.

Sorprendido (y un poco molesto) me he quedado analizando el río, sintiéndome como aquel piragüista de río. He empezado a seguir las corrientes principales del agua, las contras (contracorrientes), las distintas líneas de agua que iban surgiendo del torrente de agua… y poco a poco, he ido distinguiendo la línea que haría yo si estuviese en el agua. Al observar un poco más, la he cambiado o mejorado, dándome distintas opciones durante la acción.

Sólo faltaba el material.

Lo que he aprendido hoy es que somos dueños de herramientas que por mucho que las dejemos de usar, somos capaces de recuperarlas. Sólo es cuestión de recordar lo que hacíamos y ya la volvemos a tener. Simplemente nos costará más que antes al principio, pero será nuestra.


Nos olvidamos de todo lo que aprendemos y hay momentos en los que las viejas herramientas nos sirven tanto como las nuevas.  

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