Día
a día vas pensando en que la idea se va haciendo más fuerte. Te convences de
ello. Lo analizas. Lo aclaras. Lo ves claro.
Estás
ahí, construyendo, llegando a tu meta. La ves. La hueles. La sientes.
Sientes
la emoción bullendo por tu sangre. La energía sale de tu cuerpo. Vas a mil.
Y
es el momento en el que algo perturba ese nivel sensorial que te está empujando
a todo gas.

Te
levantas. Miras alrededor. Ves estrellas, pajarillos en tu cabeza. No sabes que
ha pasado. Sólo sabes que te has parado.
Mi
opción es ver que ha pasado para reducir la velocidad, pararme o estrellarme:
¿Se ha roto el coche? ¿Había algo en el suelo? ¿Me he despistado con algo a lo
que no debía prestar atención? ¿Estaba pensando en otra cosa y me he olvidado
del camino?
Hay
veces en las que somos nosotros los que nos despistamos, solos; otras veces
algo externo nos hace desviar la mirada y perder el control (la mujer de rojo
de Matrix) y otras ambas se unen.
Es
lo que me ha pasado. Encontrarme en un
punto con convicción, sabiendo el camino a seguir y la dirección correcta. Con
fechas.
De
pronto, aparecen opciones que antes deseaba, surgen otras opciones nuevas y surgen
como alternativas a ese único camino que existía. Tienes que elegir. Otra vez.
Puede
que pueda caminar a la vez por dos caminos. Puede que al final se unan en uno
sólo todos estos. Y puede que termine en otro distinto.
Pero
yo sé que ahora mismo quiero ciertas cosas, las necesito; y eso es
irremediable. No es mi momento de dudar y/o reflexionar sin sentido o fin.
Pienso
en la gente que es grande y muchas veces al pensar en ellos decimos: “ha hecho
lo que ha querido”. Pero estamos equivocados. Yo ahora digo: “Ha hecho lo que
ha necesitado hacer”.
Por
eso me pregunto: ¿Qué necesito hacer yo?
Y
la respuesta a mi duda aparece